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La música debería ser lo más importante
"El Glastonbury del sur de Europa"; "una referencia obligada en el panorama musical del verano europeo"; "sabemos que será deficitario económicamente, pero es la mejor inversión musical cara al futuro". Las perspectivas ante la celebración del primer festival organizado por la promotora privada Doctor Music levantó expectativas y jaleos entre la afición. El cartel de aquella ocasión, además, fue garantía para atraer públicos de amplio espectro generacional y económico. Un año después, hubo pinchazo. Una programación muy coherente, excelente, pero desquiciada si se trataba de equilibrar balances presupuestarios. Algún restaurador se quedó con más de 200 kilos de solomillo en el frigorífico al suponer que el público --32.000 estómagos-- volvería a ser tan generoso como en la edición anterior. Un fleco insignificante del mal rollo que se generó en un tejido social geográficamente necesitado de estímulos económicos externos. Ahora, la solución hallada parece contentar a todas las partes, pero ya acongoja que por exigencias sonrojantes la música se haya transmutado, en un parpadeo, de patrimonio artístico incontaminado en mercancía de interés general. ESTEBANLINÉS
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