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El Periódico

El rock de la lipotimia

El calor y los excesos pasan recibo al público del Doctor Music

JACINTO ANTÓN , Escalarre

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El peluquero Llongueras repasa el peinado de un asistente al Doctor Music Festival (H. Sirvent).

El grupo de heavies trasladaba piadosamente sobre una carretilla de obra al compañero desvanecido. Éste arrastraba brazos, piernas y greñas por el polvoriento suelo. La comitiva pasó junto a un contenedor de basuras y pareció dudar. Siguieron. Seguramente lo vieron muy lleno. Llegaron hasta la tienda de asistencia médica y volcaron su carga. «Oye, a ver qué podéis hacer con el colega». La cosa no ofrecía muchas esperanzas.

 Pero al cabo de una hora el tipo ya estaba saltando frente al escenario Alt Àneu con una birra en cada mano. «Nos viene mucho lipotímico», explica una joven en la carpa médica. «Claro, beben y beben, pero no agua. Y bailan. Y este sol. Les damos agua con azúcar. Sueroral. Descanso. Se recuperan». El cuerpo humano, qué notable organismo. El parte de ayer del festival, que incluye la noticia de que se han superado los espectadores de la pasada edición -ya se han vendido 26.200 abonos-, cifraba en 676 las incidencias médicas, 23 personas tuvieron que permanecer unas horas ingresadas en la tienda de servicios sanitarios. La mayoría eran cefaleas, resfriados, torceduras, intoxicaciones etílicas y «linotipias» (sic).

En un arranque de empirismo, este reenviado especial trató de experimentar ayer a mediodía qué se siente al bordear la lipotimia. No le fue necesario ir muy lejos. Caminó los 625 pasos entre el escenario Espot y las duchas más cercanas de la zona de acampada, sin gorra. Al pasar por delante del concierto de Enac Ska, incluso bailó un poquito, toma salero, a ver qué pasaba. A 200 metros de los lavabos ya se notaba un suave desapego del yo, y flojera de piernas. A 100 metros, notable confusión mental e indicios de delirio, manifestados en el recitado de largos pasajes de Rimbaud. Y sin alcohol, porros, pastillas ni absenta.

Meter la cabeza bajo el grifo despeja, igual que acercarse a los urinarios masculinos, de los que emana un hedor agrio que atraviesa cualquier alucinación. Observaciones: en las duchas, la cola de las chicas quintuplica a la de los chicos. El dato parece significativo y ahí queda.

El día avanza y la gente aguanta lo que los escenarios, el festival y la naturaleza le echan. Algunos van más allá y se perforan, se tatúan o se compran una chupa de cuero. Otros aprovechan la zona de sombra y se dejan caer allí. Hay quien parece no sufrir los bruscos cambios de temperatura: un tipo que anoche se paseaba con camiseta de tirantes hoy duerme al sol con los ojos entreabiertos. Parece una víctima de los apaches mescaleros, más aún porque en la carpa de Llongueras le han teñido el pelo color rojo sangre. En todas partes, el olor a porro se funde inexplicablemente con el aire caliente. Hay quien va muy pasado, como ése que lleva una crêpe por sombrero.

Anoche rodaban sin disimulo las pastillas en la zona Dance. La carpa Dance 1 es inmensa, irreal, y emanan de ella humo, luces misteriosas y un ritmo pulsátil y membranoso. Circo inferno. La caldera de Pedro Botero. Aquí es fácil integrarse: una camiseta siete tallas menor y muy chillona adquirida en el bazar, la gorra con la visera para atrás y tropezar siguiendo el ritmo. Por otro lado, nadie se fija mucho en nadie. El suelo del vecino chill out, a las tres de la madrugada, está sembrado de cuerpos. Parece una estación de tránsito hacia otra galaxia.

Contrasta con la intimidad de dos jovencitos que han elegido como respaldo para su amor la parte de atrás de una cabina de retrete. La gente se besa mucho en este festival. Besos largos, repentinos, fugaces, apasionados, casuales, con pizza. Una pareja rodaba entrelazada en una zona oscura cuando de repente ella gritó: «¡Sanguijuelas!». No eran tales, sino babosas negras, decenas de ellas, que se aprovechaban de los restos del festival. Una incluso probó una colilla de porro.


Lo duro toma el Pirineo

LUIS HIDALGO , Escalarre

Las músicas que triunfan aquí hablan de ciudad, adoquines, contaminación y rabia, pese al ambiente bucólico que rodea el festival. Primero fue Rage Against The Machine, y ayer la apoteosis la protagonizó Extremoduro, una banda de rock urbano, historia turbulenta y sonido adoquinero. Más de 12.000 personas siguieron entregadas la actuación de los extremeños, con Robe Iniesta al frente.

Titulando su último disco Iros todos a tomar por culo , el grupo ya da bastantes pistas sobre su personalidad, que en el escenario Espot encontró el apoyo del público. Extremoduro estuvo a la altura de su popularidad, y en su concierto no hubo lagunas técnicas comentables. Sus miembros debieron de marchar contentos y satisfechos, habían triunfado.

No se puede asegurar con tanta determinación cuál era el estado de ánimo de Jim Kerr una vez acabada su actuación. Llegó al festival en plan estrella y aunque decir que se estrelló con sus Simple Minds puede resultar excesivo, no es menos cierto que para un tipo con sus ínfulas debe de ser duro cerrar un cartel y tener mucho menos público que sus teóricos teloneros. Por lo demás, lo de siempre: Simple Minds, más que lucir, son capaces de deslucir cualquier cartel. Su tren ya pasó.

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