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UN "GENTLEMAN" EN LA PRADERA Polvo somos ¿CÓMO ESTÁN USTEDES? Nosotros, cuando ya hemos rebasado la mitad del festival, estamos bien, a Dios gracias. A pesar de los intentos desestabilizadores de algunos cuantos, que todavía piensan que están en plena Diagonal, y no en mitad del campo. Ese sitio horripilante, en acertada definición de un noble inglés del siglo XVIII, por donde los pollos corren desnudos y no es necesario barrer. Excusa que también utilizan otros, para no hacer uso de las duchas, desde los tiempos inmemoriales en que pasaron por aquí los romanos. El polvo es, pues, actualidad. Le ha restado incluso protagonismo al mismísimo Alice Cooper. Su actuación ha tenido el único interés de poder ver en acción a alguien, que como él, se ha escapado de una excursión en autobús al Monasterio de Piedra, organizada por la parroquia para sus feligreses de la tercera edad. No tuvimos mucha mejor suerte con Sinéad O'Connor, capaz de dormir incluso a las ovejas, ni con Sopa de Cabra, que cantan, más o menos, como lo hago yo debajo de la ducha. Menos mal que con los Stranglers salvamos los muebles, que si no ya me veo todo el día metido en las casetas de las ONG. El aire se ha teñido con un tono ocre mortecino. El verde exultante del valle --que nos acoge y nos mece en su seno, con suavidad y mimo-- ha ido perdiendo progresivamente su color verde caramelo de menta. Hasta la caravana multicolor de la acampada, como dirían los cursis, parece envuelta en un halo grisáceo. Esta ciudad efímera, la ciudad del rock, esta patria provisional, la de la juventud, está poblada por diferentes tribus, que cohabitan en esta pradera, como en una magnífica y enorme Babel. Van juntas, que no revueltas, en una armonía envidiable. Como en un caleidoscopio enloquecido se suceden las imágenes de todos lo tocados posibles, e incluso de algunos imposibles. Hay cueros cabelludos rasurados, estilo Iván de la Peña; melenas en plan Sansón, crestas puntiagudas y rastas, algo así como llevar un felpudo encima de la cabeza. En este país imaginario, esta Icaria en donde se ha hecho realidad, aunque eso sí, por poco tiempo, la utopía de la felicidad humana, suceden cosas extraordinarias. Las chaquetas duras de piel se mueven, al mismo ritmo con que baila, modosita ella, una niña pija de casa bien. Unos chicarrones del norte, vestidos de piratas del Caribe, saltan al lado de un grupo venido de comarcas que, entre actuación y actuación, levantan torres humanas. Familias completas, abuela y niños incluidos, pasan indiferentes al lado de una pareja de adolescentes, que se besan como si estuvieran haciendo las prácticas de un curso de socorrismo. La realidad tiene una dimensión desconocida. Incluso el personal que atiende la sala de prensa hoy, casi, casi me parece simpático. Porque como decía un profesor mío de bachillerato, en el mundo hay gente, pero también, a veces, personas. Esto aquí se nota. MANUEL TRALLERO |
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